Los adioses
I
mira cómo
tu abuela
—dijo mi
madre—
parece que
duerme
desde tu corazón
exangüe
como un
agua serena el sueño atroz del aldehído
avanzaba
lentamente a través de tus venas
no hacía
falta imponer ese último silencio
pero un
cáñamo invisible anudaba tus labios
apretados y
graves
a las
blancas encías:
con palabras que
nunca te escuchamos
que no
sabías decir o no podías
inmóvil nos hablabas ahora
en un mutismo
que crispaba la carne
¿cómo se oía
tu voz llamar mi nombre
antes de
que la nada germinara en tu cuerpo
silenciándolo?
silenciándolo?
bajaste a la tierra
un día de
abril
y fue todo:
ni vastas constelaciones suspendidas
en el
océano del cosmos
ni dioses
imposibles
te
recibieron
¿qué sueño de grandeza
qué virtud
qué parca vulgaridad te llevaste a la tumba
el día que la tierra se cimbró con tu muerte?
nada quedará de tu cuerpo
y sin embargo ¿cuántas estirpes de gusanos nacerán de tu carne
y sin embargo ¿cuántas estirpes de gusanos nacerán de tu carne
nuevamente
fecunda?
2 Comments:
Es bello y triste para mí.
Un abrazo, querida María.
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