lunes, diciembre 07, 2009

Reunión

Porque todo parece prestarse para ello
y yo no puedo esta tarde sino ver
los gestos inequívocos de las diminutas cosas
rompiéndose en silencio
inofensivamente
―el recibo de luz aún sin pagar sobre la mesa
la alacena vacía
las viejas fotografías de cara a los rincones
de esta casa tan grande
y el desnudo resplandor de la nevera abierta
y desabastecida
sobre mi abdomen prominente―
intento sumirme seriamente
con ánimo creativo
digamos de esa forma
en la melancolía

quiero decir que todo se presta para ello
y por esa razón yo me sumerjo mansamente en esta hora muerta
con cierta indefensión calculada de espíritu
mientras en otros sitios de esta ciudad sin nombre
ocurren cosas que ciertamente será preciso recordar
para poder vivir
que un hombre dice sí trémulamente
una mujer
por ejemplo
y danzan multitudes alrededor de un fuego
todavía sagrado en la memoria
que una mujer alumbra
por ejemplo
y novísimos ojos miran el mundo de otro modo
y parece de pronto que es posible

pero esta tarde ceremonial
las ceibas encallan en mi patio
y como viejas barcazas se deshojan
hasta quedar en los huesos
y a mí sólo me invade ese dulce sopor
la lenta angustia de no saber dónde estar
o cómo o para qué

así que enciendo un cigarrillo y otro más
y vierto un poco de brandy dentro del vaso
y doy un par de sorbos
mientras preparo el escenario
en que estas cosas blandas parecen ocurrir
o regresar desde muy lejos a través de los días:
vagas y temblorosas presencias
que arrastran cadenas en verdad inservibles

veo entonces como he ordenado el mundo
para ayudarme a meditar:

los trastos sucios rebosan ya dentro del fregadero
y el agua es ahora una costra negruzca en el retrete
las hambrientas cucarachas
gozan inmensamente, se regalan
en la inmundicia que les he preparado
ritualmente

pienso también en otras cosas importantes
―hay tanto en qué pensar―
en las tristes heroínas de novelas infames
por ejemplo
que tomaron arsénico el día definitivo
o el hombre que acusaba conmigo un cierto parentesco
y encontramos colgando de una viga
el día que en casa nadie nombra
o la niña que en su vestido blanco
no pudo vencer la alferecía
una noche de invierno aún mas blanca que ésta
y mis tías solteronas que soñaban
con el cura del pueblo
frotándoles las reumas con aceites
y mostraban sonriendo
las desnudas encías

y pienso en Mario
Ricardo, Augusto, Dagoberto
el cuerpo que gocé hasta la saciedad
y que es un fruto ahora demasiado maduro
los hombres a los que mi juventud pudo arruinar algún día
y arruinó
mujeres que herí también pródigamente
las tantas veces que
las infamias que tanto
y que no voy a decir
aquello que no por dios y que al final
las formas tan varias en que pude extinguir mi propia vela
y manso tropecé
palabras que en su tiempo era mejor callar
sí, pero no pude
las refinadas frases que acuñé
para herir a los míos

quiero decir que me preparo muy concienzudamente
para esto
no vayan a acusarme de indolencia

luego acaricio mi barba crecida de seis días
y compruebo con el dedo que hurga torpemente
mis propias cavidades
―tan carentes ahora de sensualidad―
la picante acidez de mis humores

pero el agua ya silba en la tetera
y los abuelos idos
y los amigos muertos
y los viejos amantes
que aún sienten calosfríos al escuchar mi nombre
se han sentado a la mesa, por fin, inofensivos
y me ven suspicaces con sus ojos vidriosos en silencio
los brazos cruzados sobre el pecho
el labio inferior colgando de una mueca
a punto de decir: