miércoles, junio 25, 2008

Parque Dolores

en este parque alguna vez
hubo un cementerio indio
―me dicen―
ándate con cuidado
los espíritus a veces
se encoleran

para fundar el parque
exhumaron los pocos cuerpos
rescatables
es decir aquello que aún dormía bajo la tierra
con los ojos abiertos y las manos
a la altura del costillar entrelazadas:
sólo un cúmulo de blancas osamentas incompletas
cráneos fragmentados por el tiempo
pedernales que alguna vez hicieron fuego
en la memoria
frente a un altar florido
cuentas de barro
puntas de flecha ensangrentadas
una trenza larguísima
increíble

había
también
bajo la tierra
crucifijos

los venerables jesuitas
querían hacer acompañar de cristo
a los infieles
en su pase al submundo

pero no había ya mucho
sin embargo
cuando esas grandes máquinas
empezaron a excavar
sobre esta tierra sagrada

casi trescientos años
bajo este páramo frío
y septentrional
habían convertido aquella carne india
en árboles
y ardillas
tal vez pájaros

los fragmentos restantes
de la historia
sin embargo
fueron pulverizados
y reunidos
en una urna de concreto

las autoridades municipales
transformaron el parque
sepultaron bajo una plancha de concreto
fuentes
corredores
y un tapete de césped
una historia de sangre
y herejía

en la verde explanada
algo parecido a un indio
en pie de guerra
un monumento
de bronce terminado
fue colocado con mucha ceremonia
en medio de una fuente

domingo, junio 08, 2008

Zatcha Nemov

En el pequeño mercado itinerante
de la Market Street
bajo un toldo de plástico amarillo
Zatcha Nemov
el joven ruso de las manos nervudas
y gestos delicados
forzaba la sonrisa
detrás del mostrador
a los transeúntes

alineadas
las botellas de vodka
relumbraban al sol
sobre la mesa

como zorras cansadas
dormitaban las shapckas


múltiples
concéntricas
siempre ocultando algo
muy dentro de sí mismas
aburridas
las matrushkas regalaban un guiño a los viandantes
bajo una capa de barniz
resquebrajado

¡Russian vodka!
Gritaba Zatcha Nemov
¡Russian vodka!
el joven ruso de los ojos de tigre
siberiano

algo de tundra inalcanzable
el turbio timbre de su voz
algo de nieve endurecida en los caminos
sus labios apretados

Zatcha Nemov
el Ruso pobre de la Market Street
nos vendía vodka
casacas
y matrushkas

la imagen crepuscular del abandono
y el exilio
en esta inmensa patria
trampa imposible
de librar

miércoles, junio 04, 2008

Curtis Hotel

Libres dentro del viejo edificio
de escaleras alfombradas
y huecos muros carcomidos
los gatos de Mises Rajpal
persiguen
enloquecidos
criaturas imaginarias
que solo ellos perciben

huidizos
obesos
taciturnos
cansados tal vez de tantas vidas
sin propósito alguno
recorren silenciosos
los solitarios
oscurecidos pasillos
como una imposición
a duras penas

a veces saltan
también
desde las flojas balaustradas de madera
y aterrizan en pie
sobre los sucios escalones que rechinan
bajo su gordo peso
de bestias consentidas

otras, simplemente, aparecen de súbito
emergen
de los oscuros rincones
de la nada
como relámpagos breves
como resbaladizas sombras
nos asustan

luego duermen
finalmente
en los rellanos

―En este hotel no hay ratones―

me dijo Mises Rajpal la tarde que arribé con mis maletas

cruzado de piernas en el altar florido
suspenso en esa luz sibilante
de los cirios
un gordo buda nos miraba sonriente

―No se permiten borracheras
drogas
visitas nocturnas
invitados―

De su cocina
en ese viejo hotel en la Folsom street
el aroma picante de los curris
el incienso
una fronda de mangos
lejanísima
alguna fosa séptica también
o un cadáver pudriéndose
salía a poblar el mundo de la tarde
los angostos pasillos
los mínimos resquicios
como si fuese el mismo Nilo
desbordándose