Ahn Penh está de pie frente a un edificio
de ventanales ahumados
Pain y Brodway
noche de carnaval
las manos dentro de los bolsillos
del impermeable azul
llovizna
yo estoy a sus espaldas
uno entre la muchedumbre
e invisible
y pienso
este es Ahn Penh
el vietnamita
con quien he bebido Ruou
y hablado
largas noches
sobre los verdes arrozales
que hubo, alguna vez, en Saigón
pienso, este es Ahn Penh
el vietnamita
que nació en las planicies de Keh San
la noche
que los perros ladraron
hasta que el cansancio
o el hambre
les hizo enmudecer
el prófugo
que una vez en Hanoi
mató a un hombre
cuyo ojos no ha podido olvidar
este es Ahn Penh
mi amigo
que escapó de prisión
y se ocultó en Angkor Wat
en un manto naranja
y dijo sus plegarias
y meditó
y estuvo a punto
de entender
esa noche, entre otras cosas,
hablamos de historias de naufragios
¿habrás oído de Jonás
el vientre
de la ballena increíble?
―pregunté―
No,
―dijo Ahn Penh―
pero estuve en mar abierto
catorce días a la deriva
en una balsa
hecha con cocoteros
hasta que un barco alemán
me rescato de la muerte
vi niños
como flores quemadas
bajo las nubes rojas de napalm
y mujeres y hombres
pudriéndose obscenamente
como grandes vejigas inflamadas
a la vera de los caminos
y multitud de moscas
y gusanos
y sangre
sobre la tierra
pero esta tarde sólo estamos en silencio
en una esquina del mundo
Pain y Brodway
y yo veo a Ahn Penh
mi pequeño amigo vietnamita
en este río de luces y gritos
que es la calle
encender su cigarro aspirar
lentas profundas bocanadas
frente a los grandes ventanales ahumados
y pienso
por un momento
que su imagen
es la única posible
esta noche en el mundo
pienso también
súbitamente
en el Mekong
en el torrente de los nueve dragones
que extiende en el delta su fronda increíble
su diseño de árbol infinito
como si yo mismo hubiese estado ahí alguna vez
bajos sus aguas
o como si hubiese estado oculto, quizá,
entre los grandes platanares de la rivera
con el fusil al hombro
asechando a nuestros enemigos
catorce días estuve a la deriva
en mar abierto
hasta que un buque alemán me rescató
huía de la cárcel y la muerte
me dijo Ahn Penh, el vietnamita
la noche que nos emborrachamos
con Ruou
y tequila
ahora, después de todo eso, mi mujer me abandonó
y vive en otra patria con un extranjero
veo a mis hijos
sólo una vez al año
y estoy solo
profundamente solo
y triste
me dijo Ahn Penh
y un llanto profuso
bajaba por su cuello
hasta humedecer su camisa
¿crees que se pueda ser feliz
más de una vez, sobre la tierra?
―dijo al fin―
―No―
esa fue mi respuesta
pero eso sucedió hace tiempo
ahora
uno al lado del otro
en silencio
vemos los carros alegóricos
avanzar entre la muchedumbre
como gigantes torpes
y hermosos
las muchachas
silban y bailan
sobre sus sandalias plásticas
y los jóvenes siguen el salto rítmico
acompasado de sus senos
mientras un hombre vomita en una esquina
y las gaviotas pasan
allá arriba, mucho muy alto
sobre todos nosotros
Ahn Penh y yo
uno al lado del otro
no decimos palabra
Ahn Penh y yo
estamos aquí como dos hombres
que una tarde cualquiera
se han reunido en una esquina del mundo
para estar en silencio solamente
y por eso, mientras observamos la vida surgir
de las pequeñas y de las grandes grietas
y pasar frente a nosotros
como un gran carro vistoso y colorido
y luego marcharse, finalmente, en línea recta
hasta desaparecer
sólo aspiramos lentas profundas
bocanadas de humo
y no decimos nada